Crítica

Ciertas notas y características aparecen corno una constante puntual: la búsqueda de signos y formas esquemáticas; la persecución de una concatenación no necesariamente obvia; la utilización seriada y la exposición a través de ejes conductores, la aproximación cálida a los materiales; la voluntad constructiva, la interrelación y el juego modulado de esos elementos básicos así concebidos. Esta sintaxis personal – nunca abandonada a través del tiempo y a pesar de las vías elegidas (escultura en madera, cerámica, dibujo, collage, etc) – alcanza un resultado común, una familiaridad que vuelve coherente el conjunto, entregando una visión abarcadora y distintiva.

Con frecuencia, la artista ha planteado las formas como notas o palabras, inscribiéndolas (uniéndolas o comprometiéndolas) en ejes comunes y lineales, a modo del antiguo ábaco o de la escritura musical sobre el pentagrama tradicional. De esta manera, el apilamiento sugerido o la ubicación dentro de cajas virtuales le han servido para reunir y unir los elementos principales, sugiriendo un ritmo o deteniendo una narración posible.

La forma del volumen, despojada y simple, que recuerda la austeridad de las viejas culturas europeas, nos acerca a una presencia de lo totémico y sagrado. No falta, tampoco, el reflejo de una voluntad trascendente -ejemplificado en las esculturas verticales y afinadas- casi expresando el comienzo de una elevación hacia un espacio no limitado e imprevisible.

Apariencias inocentes, movimientos fáciles, figuras casi genéricas, color apenas presente, le sirven corno agudo enlace para llevarnos hada sus reflexiones profundas, las que nos tienden la mano y, más que guiar, nos acompañan.

Sin solemnidad ni retórica vana, las obras de Ana Maria De la Fuente nos transmiten, casi con susurro, una historia de vida, de sensibilidades tocadas y visiones intimas, recreando un mundo interior y ofreciendo compartirlo.

Élida Román
Curadora y crítica de arte